Te digo que estés tranquilo, no serás el primero ni el único en "dejar" profesión, trabajo, "vida casi realizada" y otras cosas, para consagrarte a Dios como sacerdote o religiosa. De cada diez sacerdotes, siete tenían una profesión antes de entrar al seminario (descartando a los sacerdotes de seminario menor). Igual acontece en la vida religiosa. Tenemos desde arquitectas a administradoras de empresas como religiosas.
Es normal que el primer sentimiento sea el de miedo ante la idea que lo dejarás todo.
En realidad no dejas nada! Lo ganas todo. Se trata de emprender una nueva misión: la de discípulo! Los discípulos de Jesús de manera sencilla e inmediata nos han dejado un gran ejemplo.
La nueva profesión de discípulo consistía en estar con el Maestro, dejarse guiar totalmente por él. De este modo la profesión encuentra dos vertientes. La primera se trata de algo externo, caminar junto al Maestro con dirección diferente, sin vacilaciones y con seguridad. La segunda es intima e interna, se trata de la nueva orientación de la existencia. Los sentimientos y pensamientos ya no apuntan a los negocios, ni a la comodidad personal, sino se trata de un abandonarse totalmente al otro y para los otros.
Estar a disposición del Maestro había llegado a ser una razón de vida. Eso significaba hacer realidad la invitación de Jesús al joven Rico, a Mateos y a otros miles de hombres que lo han dejado todo y lo podemos comprobar día a día.
A continuación voy a presentarte una maravillosa experiencia del "dejarlo todo". Se trata de una joven, administradora de empresas de profesión, que se ha decidido por la nueva profesión del "discipulado" propuesto por el Maestro. Ella es una simple religiosa, es licenciada en teología, y actualmente va por otra licenciatura en Derecho canónico, y ejerce su profesión al mundo por medio de su congregación.
¿Tienes una profesión, un trabajo, una vida "casi realizada" y te da miedo dejarlo todo para consagrarte a Cristo como Religiosa?
Oyendo esto Jesús, le dijo: «Aún te falta una cosa. Todo
cuanto tienes véndelo y repártelo entre los pobres, y tendrás un tesoro en los
cielos; luego, ven y sígueme». Al oír esto, se puso muy triste, porque era muy
rico. Lc 18, 22-23
Comienzo esta reflexión
con este pasaje bíblico porque refleja mucho de lo que se vive cuando alguien
siente el llamado de Dios, o al menos la inquietud de ver en qué consiste la
«vocación» a la vida sacerdotal o consagrada.
De entrada se
piensa, «yo» sacerdote o religioso(a) si ya tengo un camino recorrido, he
elegido realizar una carrera profesional y me encanta, oportunidad, que en la
actualidad pocos tienen de llevar a cabo o simplemente no quieren estudiar. El
ya tenerla brinda un cierto estatus en la sociedad, hay algo que te distingue
de los «otros». Y qué decir cuando ya trabajas, ¡uf genial!, ya tienes tu
propio sueldo, eres independiente, eres joven y con una oportunidad increíble
de desarrollo. Estás en la mejor etapa de tu vida. Como cuentas con tus propios
recursos, comienzas a darte tus «gustos», compras ropa, sales a pasear o al
antro con tus amigos, te diviertes. En la familia te reconocen el esfuerzo y lo
brillante que te va, ahora sí, estás dando fruto de aquello que se ha invertido
en ti; en el trabajo eres el o la joven con un gran porvenir o deseo de
desarrollo. A medida que avanza el tiempo eres especialista en el trabajo, te
ascienden, te incrementan el sueldo. ¡Genial! Puedes comprar tu primer
automóvil, en fin, una serie de cosas que te «hacen sentir bien». Una vida así
¿quién no la quiere?, es poco despreciable ¿verdad?
Pero, qué pasa
cuando alguien te habla de la «vocación» a la vida sacerdotal o consagrada, con
el panorama anterior inmediatamente respondes, ¡ni loca(o)! Yo estoy bien por
el camino que tengo, ya he construido parte de mi vida, tengo «seguridad»[1], o
simplemente hay personas que dicen «para qué me voy a encerrar» o «voy a perder
lo que he ganado».
Sin embargo, aunque
parezca increíble de creer, se gana más, así es, uno piensa «dejar todo,
venderlo todo, ¡no por favor!» pero el Señor que es sabio y rico en
misericordia te da más.
Ahora te contaré mi
historia, Yo soy Erika, y soy religiosa. La verdad yo nunca me imagine en esta
opción de vida, ni de niña, adolescente o joven, sin embargo Dios me invitó y
yo acepté. No fue fácil, nada fácil. La primera parte del escrito cuenta mi
vida, es decir, es la situación de «bienestar» en la que me encontraba. Y
cuando sentí el llamado, yo casi casi me escondía y le decía al Señor «no, por
favor, yo no», pero había algo más grande en mi corazón, un deseo de servicio,
de entrega a los hermanos, de hacer algo diferente a lo que toda las personas
hacen, es decir, casarse, tener un trabajo excelente (que vives para él y no
tienes vida propia), hijos, en fin. Claro que me daba miedo dejar todo, «todo».
El proceso me llevó tres años, y nadie cercano a mí sabia que lo estaba
realizando. Las cosas cada vez se ponían más complicadas para llevar a cabo mi
opción, en el trabajo me ascendían, tenía cursos, viajes, en fin, nada de eso
me ayudaba a decidir a dar el salto. Sin embargo, lo di, fue lanzarme a la
aventura y seguir mis sueños, aquello que vibraba en mi corazón. Mi familia se
cuestionaba qué pasaba en mi vida si todo era color de rosa, a veces me
preguntaban si era por alguna desilusión de amor (esto lo piensa la mayoría de
la gente o la televisión así lo muestra), ¡claro que no!, era un fuego que me
quemaba el corazón. Fue tiempo de luchas, llanto, alegría.
Llegué a la vida
religiosa y sólo dure nueve meses, la lucha interna era tan grande que decidí
volver a casa, pensaba que cada día que pasaba iba a perder oportunidades de
trabajo, que ya no sería lo mismo. Así que salí, pero solamente diez meses, en
este tiempo volvía a trabajar, recupere mucho de lo que deje, si no es que
hasta más. El trabajo que conseguí era genial. Dios me dejaba en libertad de
decidir y no me cerraba las puertas. Sin embargo, ya nada era igual, mi vida en
cierto sentido estaba «vacía» porque el «tener» y «hacer» estaban cubiertos pero
no así el «ser». De tal manera que
decidí regresar a la vida religiosa pero en esta ocasión con las manos y el corazón vacío de todo lo que me impedía
caminar.
Ahora puedo decir
que Dios es tan lindo que en verdad te da más de lo que dejas. Actualmente vivo
con alegría mi vocación, sigo al Ser que amo, y los dones que él me dio desde
toda mi vida los pongo al servicio de su Reino, es decir, yo estudié la
licenciatura en Contaduría Pública y aunque parezca increíble la sigo
ejerciendo, claro que no recibo un “sueldazo” monetariamente, pero en alegría y
entrega sí. Es trabajar por los demás, ver y descubrir que hacer bien mi
servicio redunda en muchas personas. Todo aquello que aprendí en el trabajo me
sirve mucho en el trato con las personas, en el desarrollo personal e
institucional, etc., y qué decir, se me ha brindado la oportunidad de estudiar
una segunda licenciatura.
A veces tenemos la
idea de que en la vida religiosa o sacerdotal uno es un ignorante o tiene pocas
posibilidades de desarrollo y eso es un error, al contrario, se enriquece con
personas a las que Dios les ha permitido crecer, desarrollarse
profesionalmente, o en caso de no haberlo hecho así, se le brindan las
oportunidades.
Esto en el aspecto
de crecimiento profesional, quedando por comentar otros tantos aspectos de la
vida sacerdotal o religiosa, los cuales también son muy interesantes.
Finalmente, como el
joven rico, a ti de dice Jesús «Aún te
falta una cosa. Todo cuanto tienes véndelo y repártelo entre los pobres, y
tendrás un tesoro en los cielos; luego, ven y sígueme» y no te arrepentirás.
Hna. Erika Jacinto
Muñoz
Religiosa del Verbo
Encarnado
[1] «Seguridad» en términos que marca la sociedad, pero que no es del todo
seguridad y certeza en la vida personal.